jueves, 16 de diciembre de 2010

La fiesta de los niños pájaros

En mis visitas de autora recorro muchos colegios y converso con muchos niños. A menudo, en nuestras citas, los niños me cuentan sus historias y me regalan sus dibujos.  De este modo, el encuentro se transforma en una especie de trabajo comunitario en que compartimos nuestras sospechas e ilusiones. Entonces, como digo yo, entramos en sincronía y la sala de clases se parece a una fiesta de niños pájaros. En el primer festejo, los niños abren sus mentes  como si fueran las alas de un águila. Y surgen, como fuegos artificiales las primeras palabras, susurros de historias originales y únicas.  Y en la sala o en la biblioteca del colegio, vuelan con un plumaje fascinante, las ideas. Ideas que sirven de bitácora de viaje, un vuelo rasante hasta el centro mismo del pensamiento creativo de los niños. Pensamiento y creatividad que se despliegan para representar el mundo como un amasijo de realidades. Realidad que por intuición y caprichos de artista, se transforman con la magia del lenguaje, en un gnomo gigante, un nadador rojo con su tocadiscos o una luna olvidadiza. Lenguaje que tiene el poder de hacer hablar a los árboles y también a los pájaros. Porque cuando los niños abren sus oídos y ojos de lechuzas, escribimos a dos, tres y cuatro manos el rumor  de un cuento, como si fuéramos el clamor de una bandada de gaviotas. Y esbozamos juntos a nuestros personajes, escogiéndoles sus nombres airados o carroñeros. También ideamos finales felices o los dejamos abiertos. En volada. 
    

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